Ni siquiera Irlanda es tan irlandesa como Boston (Massachusetts) el Día de San Patricio. La primera vez que se celebró fue en 1737, y desde 1901, los desfiles, las cenas, las fiestas, las bandas de música, los conciertos y las reuniones se han convertido en una conmemoración anual que suele celebrarse el domingo más próximo al 17 de marzo, el día del santo. Boston se viste de verde, igual que los 850.000 habitantes y turistas que atestan las calles de Southie (por el sur de Boston) Parade desde el parque Gillette hasta la plaza Andrew. Son 5,1 kilómetros de música, canciones, bailes, cabriolas y animación. El desfile es el núcleo de la fiesta. La gente prepara durante todo el año unas carrozas espectaculares, coreografías y obras de teatro que quitan el aliento a un gentío entusiasmado. Se puede ver cómo bailan de forma permanente coordinada cincuenta jarras de Guiness de dos metros; cómo bailan break-dance unos cien duendecillos; y cómo un montón de carrozas cubiertas de tréboles, cuyo atractivo es cuestión de buena voluntad, avanzan por las calles.
El ruido es ensordecedor: más de 35 bandas de música (de pífanos y tambores, de animadoras, de rock, de jazz, militares o de folclore irlandés) se suceden las unas a las otras. Todas van cubiertas con la bandera tricolor. Por las calles también desfilan veteranos, bomberos y los demás servicios de la ciudad. Pero en Boston, el día de San Patricio depende de cuánto se divierta la gente y cuánto se suelte uno el pelo siguiendo la tradición irlandesa. El entusiasmo es tal que todo Boston parece vivir un éxtasis colectivo, un sentimiento que también te cautivará. Ese día, todos tenemos derecho a ser irlandeses sin que nos pase nada.
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